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Description
El catorce de Febrero es para todos los humanos, e inclusive naciones, una fecha en la cual el amor ronda por el aire, donde las peleas y conflictos pasados quedan atrás por veinticuatro hermosas horas. Los chocolates adornan todos los estantes de comida y las flores se venden en cada esquina.

La palabra amor está en la boca de todos, y quienes no tienen pareja la palabra amistad es el mejor consuelo.
Todos disfrutan la celebración, excepto dos naciones.
La fecha que trae tantas alegrías para el resto del mundo, para ellos es sinónimo de guerra.

Ambos recuerdan con dolor, uno con amargura, la otra con odio, cómo empezó la invasión chilena al territorio boliviano. Mientras Manuel intenta olvidar la fecha, Julia siempre la maldice.

La peor fecha del calendario, el día en que se desato el infierno en el norte.
En el mismo desierto donde hace más de cien años se derramó sangre, como cada año, República de Chile espera pacientemente a su vecina de largas trenzas. Sentado en una piedra, mirando la nada, bajo el abrasador sol, se pregunta si la boliviana hará acto de presencia ese año o no. El que aparezca depende de cómo se llevaron el año anterior, y debía reconocerlo, tal vez fue el peor de todos desde la guerra. Una demanda internacional siempre es perjudicial para las relaciones entre dos países.

Escucha unos pasos en la arena, y sin apuro voltea en dirección al sonido. Ese año Julia ha decidido asistir. Manuel la contempla mientras se acerca. El viento soplaba levemente, provocando que la arena choque con la piel de la chica y ésta se queje levemente.

Una vez que están frente a frente, Manuel le extiende una caja de chocolates, sin dar explicaciones, ya las dio la primera vez que se encontraron. Julia recibe la caja, no con violencia ni odio, simplemente como quien recibe algo en la calle. Como cada año desde que iniciaron esa absurda rutina, la boliviana se fija que la caja esta levemente fría porque Chile siempre la pone en el refrigerador una semana antes para que el chocolate no se derrita con el calor.

En cuanto ella lo recibe, da vuelta sobre su eje, yéndose por donde vino, y, como cada año, Manuel se queda mirándola hasta que apenas logra distinguir su figura. Al fin se anima a seguir su camino, así que mira en dirección contraria, y empieza a caminar.

No es una declaración, no se gustan, no se aman, entre ellos no existen sentimientos que puedan asociarse a San Valentín, simplemente, es una ofrenda de paz, un “no pelemos tanto este año”. No significa nada más que eso. Julia puede negarse a ir a eventos que demuestren interés en llevarse mejor, podría acusarlo de que las ventajas que le dan los puertos chilenos son pocos, pero al menos acepta esos chocolates. Es la única prueba que tiene para creer que no se odian tanto.
Siempre, como cada año.

Julia ni siquiera da las gracias, solo los toma y se va. Nunca intercambian palabras, desde la primera vez ambos se encontraron, concordaron en no decir palabra alguna. Mejor callarse y fingir que no había ocurrido nada, a intentar ser amigos. No valía la pena, costaría mucho. Las relaciones diplomáticas están muertas, así que no es necesario forzarse a intentar llevarse mejor.

Al menos eso cree Manuel.

-Estoy preparando el chocolate del día blanco, para Mei.

Dice Japón, en medio de una conversación telefónica que hizo para preguntarle qué tal van las cosas, y si le gusta el moai que le dio hace poco. Una charla normal, entre dos países unidos por el Pacifico y que suelen sentir las desgracias del otro. No es de extrañar que hablen.

-Siempre olvido que existe ese día. ¿De qué trata? ¿Los minos…? Digo, chicos le dan chocolate a las chicas, ¿verdad? –Pregunta, más que nada para buscar conversación, ya se sabe el significado de esa fecha.
-Sí, por lo general es así, aunque cualquiera que haya recibido algún dulce en San Valentín puede regresar algo. –Kiku como siempre explicando detalladamente. –Es una forma de demostrar que sus sentimientos son correspondidos.

Debe confesar que más de alguna vez se preguntó si Julia le daría algo por el día blanco, pero es muy consciente que eso nunca ocurrirá. No es una fecha que se celebre en Latinoamérica, mejor dicho, estaba seguro que casi nadie la conoce. Aunque llegase a ser popular en el futuro estaba seguro que Julia jamás le daría algo.

Y a pesar que se dice una y otra vez que es imposible, aunque está seguro que su viaje al desierto de Atacama es en vano, se encuentra caminando entre la dorada arena. Incluso si su cerebro no lo piensa, su cuerpo camina por inercia, por costumbre, recorriendo el camino exacto hacia el punto en que ambas naciones se topan cada año.

Alza la mirada del suelo y se sorprende al ver a Bolivia sentada en la roca en la que él la espera cada San Valentín. Está sonrojada e incluso su nariz comparte ese rojizo color, sus ojos están hinchados y se puede apreciar un mar de lágrimas descendiendo por sus mejillas. Son tantas que ni el sol puede secarlas. Chile solo se detiene de golpe, sin poder creer que la esté viendo tan acongojada, hincada sobre sí misma, llorando como si no hubiera mañana.

Sigue caminando hasta que la chica se percata de su presencia y se incorpora tan rápido como puede. Manuel contempla con desconcierto que Julia tiene una caja en su pecho, abrazándola con fuerza mientras usa una manga para limpiar su rostro.
Julia solo intenta recuperar la compostura, respirando agitadamente antes de fruncirle el ceño.

-Hasta que te dignas en aparecer, birlocha.

Sin más, le entrega la caja, que, para sorpresa del chileno, es de chocolates y esta fría. Ve con desconcierto a la boliviana, pero es tarde, ya se ha dado vuelta y se prepara para irse por el mismo camino de siempre.
Manuel mira la caja nuevamente, descubriendo una pequeña nota que está pegada a la cinta. La toma, la desdobla y la lee.

Sus ojos se abren con incredulidad ante las letras que están escritas en ese viejo pedazo de papel. La frase le arranca cualquier pensamiento lógico que pudo haber tenido en ese momento. Algo tan simple seguramente costó mucho de escribir y su contenido vale más que el mismo oro.

Alza la mirada, percatándose que la boliviana solo camino cuatro pasos antes de detenerse y verlo fijamente. Sus mejillas siguen rojas y sus ojos hinchados por tanto llorar. Por segunda vez en su vida, Manuel puede contemplar temor y tristeza en los ojos de Julia, solo que esta vez puede ver un sentimiento que no sabe cómo definir.

-El próximo año llegaré temprano.

Al escuchar esas palabras, Julia sonríe.

FIN